Este refrán pone en evidencia una falta de argumentos ante una cuestión. Si la respuesta a una pregunta se reduce únicamente a un voto favorable o en contra, atenta seriamente a la razón y no debiera satisfacer al que pregunta. Se puede opinar favorablemente o en contra de algo, y es algo que no está mal, pero tiene poca legitimidad si lo comparas con una respuesta bien argumentada, con motivos que refuercen dicha opinión o en caso contrario permitan ser rebatida.