Este refrán data de la época medieval y renacentística cuando la astrología y la observación del cielo jugaba un papel fundamental en la navegación de forma que permitía establecer mejor el rumbo. Por tanto, lo que pretende decir es que hay un rumbo fijado, que es nuestro destino, y que es difícil huir de él porque habrá una fuerza que provoque que todo vaya en esa dirección. No obstante nada está escrito y da alas a la libertad de pensamiento y de elección del hombre, para crear su propio destino.