Este refrán alude a unas heridas y males del cuerpo no atendidos a tiempo, que avanzan y se convierten en problemas mayores e incluso se vuelven crónicos. Sin embargo lo que pretende señalar precisamente son otro tipo de heridas, las espirituales o del alma, ya que ciertos desengaños y frustraciones son difíciles de asumir y de superar, e incluso se puede decir que marcan a una persona durante toda su vida.