Este refrán se dice mucho cuando descubres una cuestión más bien negativa de alguien que por lo que sea se ha deteriorado en su discurso o en cualquier otro aspecto donde un día floreció y con el paso de los años finalmente acaba sorprendiento para mal. Es un refrán usado para atacar a otro de forma un tanto peyorativa, señalando que no está a la altura de lo que se espera de él.