Este refrán quita al hombre del foco, quien no es más que un sujeto vulnerable a la intervención divina. Solo Dios es capaz de proporcionar alegría y por tanto anima a cualquiera que se sienta dichoso a dar gracias al Señor. Si la alegría viene a raíz de sucesos un tanto aleatorios, o forzados, esto ha de ser porque Dios así lo quiso y nunca por la acción u omisión del hombre.