Este refrán establece una comparación lógica entre los niños y los pollos, ambos sujetos de humanos y animales en sus primeras etapas en la vida y que tienen cosas en común. En parte, puede atribuírseles términos como egoísmo o avaricia, aunque en el fondo no es más que un sentido se supervivencia, que en parte (y no siempre) será calmado más adelante debido a la educación, a las normas sociales y de convivencia establecidas.