Este refrán significa que es inútil que se plantee cualquier tipo de adoración una vez que se sabe el origen y el pasado, que por tanto imposibilita cualquier farsa presente o futura. Está relacionado con el que dice: «Aunque la mona se vista de seda, si mona era mona se queda». La frase es atribuida a Fernán Caballero y a una historia con un labriego y un ciruelo que fue tallado para representar una figura religiosa.