Este refrán refuerza la idea de que algunas personas están predestinadas a ejercer determinadas funciones u ocupar ciertas posiciones en la sociedad, ya que los sucesos parecen venirles de cara allanándoles el camino. Da por echo entonces de que unos son privilegiados con respecto a otros y especialmente aquellos que ejercen el poder, puesto que parecen tener las armas para ejercerlo, armas tan potentes que incluso se identifican con el poder divino del cielo.