Este refrán respalda la idea de que un niño que ha sido criado con mimos y muchos miramientos, apenas muestra gratitud en su madurez. Esto es debido a que si nunca le ha hecho falta pedir nada, o si todo lo que pedía se le concedía sin miramientos, llega un momento en el que esa persona piensa que es un comportamiento normal para consigo volviéndolo desagradecido y egoísta.