Este refrán pone en valor el cargo de conciencia, más allá de cualquier sentencia. Si una persona se siente culpable por algún acto cometido, no importa mucho que saliera bien parado puesto que sufrirá debido a esta carga. El aforismo es asociado a Quintiliano (siglo I), aunque otros autores como Francisco de Quevedo o Ramón de Campoamor han tratado el tema con conclusiones similares.