Este refrán resalta como en ocasiones parece que la fortuna se pone en contra precisamente de los que parece que tienen más falta de ella, ataca a los desprotegidos, a los más débiles. En cierta forma, anima a la dejadez y a la autocomplacencia, a culpabilizar a un Dios injusto de las desgracias y por tanto asumir que no se puede hacer gran cosa frente a los designios del ser supremo.