Aquí tenemos un refrán que promueve que todos somos respetables, dignos y reconocidos como criaturas de Dios, cada uno con sus características propias y diferencias. Apela a la igualdad y a la tolerancia desde el cristianismo. Puede ser usado por ejemplo para recriminar a aquel que discrimina, especialmente por alguna condición que pueda parecer inferior en algún sentido como pueda ser cualquier forma de belleza, que por otro lado tiene un componente subjetivo.