Este refrán alude a que incluso en las empresas que merecen mucho la pena, se debe apostar por convicción y no por imposición. Este dicho proviene de la edad media y está relacionado con el hecho de ir a Roma a por el perdón papal. En un mundo tan religioso y espiritual donde Roma representaba tanto para cualquier persona e la época tampoco valía ir de cualquier manera ni siendo forzado.